domingo, septiembre 14, 2008

Poesía y profecía (por Rafael Mondragón)


Poesía y profecía. Acercamiento a la estética de José Revueltas

a partir de “Arte y cristianismo”


Por Rafael Mondragón (Villahermosa, Tabasco, 1983)

Para Iván Cruz Osorio

Se bebe el desayuno... Húmeda tierra
de cementerio huele a carne amada.
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!

Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz
volaron desclavadas de la Cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día, dánoslo,
Señor...!

Todos mis huesos son ajenos;
yo tal vez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón...!

--César Vallejo, “El pan nuestro”.
[1]


Me he permitido comenzar con un epígrafe muy largo, porque los textos de Revueltas que trabajo refieren continuamente a este poema. José Revueltas responde en sus trabajos a un problema que es fundamental para la estética moderna, y que no es otro que el de la relación entre arte y vida. En este trabajo quiero delinear brevemente cuál es la respuesta que da el mexicano, y por qué esta respuesta es importante en el marco general de la historia de las ideas estéticas de nuestro tiempo.
Este trabajo está dividido en tres partes. En la primera dibujaré un primer asedio a las ideas estéticas de José Revueltas a partir de un ensayo que el mexicano le dedica a César Vallejo. Trabajo sobre la producción ensayística de Revueltas porque es en ella donde se exponen más claramente las ideas estéticas del escritor, y porque esas mismas ideas están presentes de manera implícita a lo largo de toda su obra. En la segunda sección muestro los reparos que el propio Revueltas muestra frente a su propia teoría, y anudo lo dicho en la sección anterior, mostrando cómo José Revueltas hace un planteamiento original sobre las relaciones que el arte debe guardar con la vida. En la tercera sección, finalmente, expongo la historia de este problema (la relación arte-vida) tal y como se plantea en el arte moderno, del romanticismo a nuestros días, y muestro después por qué podemos decir que la respuesta de Revueltas es original y está enraizada en la Historia que él vive.

1. Poesía y profecía


Dice José Revueltas, en un ensayo que le dedica a César Vallejo, que “estamos en la época de las anunciaciones y de los profetas”.[2] Y esto se dice porque, según Revueltas, el arte de Vallejo es al tiempo anunciación y profecía; cumple el papel de los profetas del Antiguo Testamento, que eran la voz que desenmascaraba el abuso de los poderosos y que prometía su castigo: “He aquí a los príncipes de Israel que, cada uno a la medida de su poder, se ocupan en derramar sangre. En ti desprecian al padre y oprimen al huérfano y a la viuda (...) despojas con violencia al prójimo y a mí me olvidas, dice el Señor, Yavé” (Ez 22, 6-7. 12).[3] Así criticaba duramente el profeta Ezequiel a los príncipes de Israel, que abusaron de su poder para despojar al prójimo, al huérfano y la viuda, el «otro» desprotegido en donde se revela el rostro de Dios, según la tradición judía y cristiana.[4] Por eso, el profeta habla siempre con indignación, y por eso, también, la profecía es un grito de protesta; por eso los profetas del Antiguo Testamento siempre vagan fuera de la ciudad, exiliados del Estado (a riesgo de perder su condición crítica), y la mayoría de las veces son poco escuchados.[5]
La profecía, de este modo, tiene que ver con la religión al tiempo que con la política. “Estamos en la época de las anunciaciones y de los profetas”. Revueltas llama «profética» a la poesía de Vallejo, y ubica el trabajo de éste en el marco de algo importante que está sucediendo en el tiempo de ambos, que todavía es el tiempo de los que los leemos:

...hoy más que nunca el arte de los artistas tiene un carácter humano, general, identificado plenamente –cuando es arte verdadero—con lo social.[6]

En la cita podemos advertir varias cosas. En primer lugar, que Revueltas está describiendo cómo es el “arte verdadero” de nuestro tiempo (o más bien, está postulando cómo cree él que debe ser): el arte de hoy se ha convertido a lo humano; se ha compadecido del hombre y sus sufrimientos. En la postulación de este deber ser del arte, nuestro autor está proponiendo una poética. En segundo término, Revueltas nos dice que, gracias a su preocupación por el hombre, el arte de hoy se ha identificado con lo social. Con esto se quiere decir que gracias a su preocupación por el hombre, el arte se ha vuelto responsable. Y finalmente, como veremos más adelante, esto provoca que el arte se haga profecía. Pues Revueltas recalca: “de aquí que todas las manifestaciones de los artistas, sea cual fuere su profesión de fe, son una condenación, son un grito, son un clamor de protesta contra la vida en la forma en que está organizada”.[7] Ésta es la gran característica que Revueltas subraya de la poesía de Vallejo (característica que quizás está en el mismo proyecto poético de Revueltas), y es la característica propuesta por el ensayista como definitoria del arte de nuestro tiempo. En su carácter de grito contra la forma en que organizamos la vida, el arte ha descubierto su vocación de profecía que anuncia la iniquidad del mundo.


2. «Mirar las entrañas» y la metáfora de la crucifixión

Pero, ¿es que lo dicho líneas arriba quiere decir que el poeta es el único capaz de decir lo que está bien y lo que está mal en la sociedad, el único capaz de criticar y de proponer respuestas a los problemas que critica? Hacernos estas preguntas equivale a emprender la búsqueda por los límites y el método de la poética de Revueltas, que fueron ambos un tema explícito en la búsqueda estética de nuestro autor.
Para Revueltas, el arte sólo denuncia y problematiza. Es incapaz de cambiar al mundo por sí mismo o de ofrecer soluciones sencillas:

“Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro –exclama César Vallejo—, yo soy un mal ladrón”. Las gentes escuchan esta voz y se consternan y sienten impulsos de buscar al auténtico mal ladrón, al que nunca ha confesado serlo, al que nunca se arrepintió de sus pecados, al que sigue siendo un mal ladrón. ¿Y lo encuentran? Aquí termina la tarea del poeta. El poeta es un anunciador, es un heraldo, es un predicador que aúlla, solloza o calla, pero nada más. No va a decir cómo encontrar al mal ladrón, de eso se encargarán otras gentes y otras entidades. Él debe estar solo, de pie, mirando sus entrañas.[8]


El poeta es sólo un anunciador, es un heraldo, pero nada más. El poeta es un profeta, pero no sabe cómo terminar con el dolor del mundo. Estos son los límites de la poética de José Revueltas. En un acto estético, el arte des-cubre el rostro doloroso del mundo, la inhumanidad y el dolor; el arte es capaz de mostrar el sentido profundo de la injusticia pues señala cómo esta injusticia es vivida por la gente. Gracias a esta denuncia, se hace posible que entren otras instancias cuyo objeto ya no es des-cubrir el dolor del mundo, sino transformarlo. El arte no sabe cómo se ha de transformar el mundo, aun cuando apunte hacia la necesidad de esta transformación. El artista por eso tiene el difícil deber de abrir su sensibilidad hacia el dolor de sus semejantes, en un acto que es descrito por José Revueltas como «mirar las entrañas» y que en otros lugares de este ensayo es comparado con la experiencia de la crucifixión (por amor a los semejantes, el artista sufre, encarnando ese dolor en su obra, y así hace posible que el dolor de los otros sea superado por medio de la belleza que interpela).[9]
De esta manera, Revueltas ofrece una respuesta al problema sobre la separación entre arte y vida, que es el problema fundamental de la estética moderna: El objeto del arte es la belleza. La belleza consiste en la expresión de los sentimientos; la labor del artista, por esto, es la expresión de los sentimientos del hombre. Pero no se trata sólo de expresar cualquier sentimiento: la labor del artista tiene más vigencia cuando el artista se convierte a lo humano y descubre los sentimientos más terribles que los hombres están viviendo: “ya no son todos los hombres, sino una parte de ellos: los torturados, los oprimidos, los pobres, los encargados de crear un mañana sin torturas y sin desesperación”.[10] Éste es el momento de la conversión en que la poesía se hace poesía auténtica y descubre su vocación de profecía. El arte, de esta manera, denuncia la iniquidad del mundo, es arte sagrado al tiempo que arte político, pero sobre todo es arte. Con su lenguaje, el arte muestra lo que estaba oculto: hace visible el dolor vivido silenciosamente, que es entonces des-cubierto. Entonces es posible cambiar la manera perversa en la que la sociedad funciona, la manera que hace posible ese dolor y esa desesperación. El arte fundamenta el cambio político, pues muestra su sentido y su necesidad. La profecía abre la puerta de la responsabilidad.


3. La respuesta de Revueltas en el contexto de las ideas estéticas de nuestro tiempo (“¿Para qué poetas?”).


Pero todo lo que hemos dicho, ¿en qué sentido es importante? Mi objetivo en esta sección es mostrar la importancia que tiene la propuesta de José Revueltas en el contexto de las ideas estéticas de nuestro tiempo.


3.1. La pregunta de Hölderlin, y las respuestas ensayadas en la teoría del arte, del XIX al XX.

Hemos dicho que en “Arte y cristianismo” Revueltas habla de la poesía de Vallejo, y que a partir de esta poesía el mexicano elabora una reflexión sobre lo que debe ser el arte de nuestro tiempo, y probablemente de lo que él mismo quiere lograr con su obra. La figura fundamental de esta reflexión es la del arte como profecía, como voz crítica que desenmascara la manera terrible en que la vida está organizada. Si en el Antiguo Testamento la voz crítica del profeta está fundamentada en un Dios que se revela en el «otro» pequeño e indefenso, en la visión del arte que propone Revueltas la profecía está apoyada en una conversión del arte a lo humano, al sufrimiento del hombre, y por eso para Revueltas toda manifestación de un gran artista en nuestro tiempo es política, “sea cual fuere su profesión de fe”, es decir, sin importar que el artista en cuestión sea marxista o católico, conservador o liberal,[11] pues lo que importa no es la profesión de fe sino el amor a los hombres; el arte de nuestro tiempo es profecía sólo en la medida en que se ha convertido a lo humano.
Como mostramos arriba, con este planteamiento José Revueltas está dando a su modo una respuesta al gran problema del arte moderno, el problema de la relación entre el arte y la vida. Hölderlin enunció este problema en esa hermosa elegía que se llama Pan y vino, al preguntar: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”.[12] Esa misma pregunta recorre la reflexión estética de todo el romanticismo alemán y de buena parte del siglo XIX; en el romanticismo alemán, se convierte en la pregunta por el sentido del arte en el marco general de la búsqueda de la libertad humana después de la Revolución francesa, y así se llega a plantear (con Schiller, por ejemplo) que el arte es importante porque ayuda a educar espiritualmente al hombre en el ejercicio de su libertad, como preparación para un ejercicio político de la misma.[13]
La pregunta de Hölderlin será retomada por la reflexión estética posterior a la 2ª guerra mundial, cuando los “tiempos de miseria” quedan identificados con la masacre de los campos de concentración. En un poema dedicado a Hölderlin, Paul Celan dirá que en esta época ya no es posible la profecía, que ante el horror inenarrable el poeta de hoy sólo puede tartamudear, y que la única actitud responsable que queda es el desgarramiento del lenguaje.[14] A esa misma pregunta responden a su modo las vanguardias europeas de principios del siglo XX (por ejemplo, la dadaísta), que se asumían justamente como la ‘vanguardia’ que hace en el plano de la cultura la Revolución que después se concretará en el plano social: romper los valores de la pintura y la poesía es el primer paso si queremos romper con la sociedad burguesa que engendró estos valores.[15]
Y finalmente, una tercera respuesta vendrá de las vanguardias norteamericanas posteriores a los años 40s, cuando el centro del arte moderno pasa de París a Nueva York y la «crítica política del signo» de la vanguardia histórica se degrada en una búsqueda de experimentación técnica permanente que ha perdido todo contacto con la realidad política:[16] es la época del expresionismo abstracto en la pintura y del «universalismo cosmopolita» en la literatura. La vanguardia norteamericana retomará aquella idea kantiana que dice que el arte se justifica por sí mismo sin necesidad de subordinarse a la política o la religión, la llamada «autonomía del arte» que fue planteada a inicios del siglo XIX para demostrar que el ‘ser artista’ era una profesión tan válida como ser sacerdote, político o médico, que el artista tenía derecho a vivir de su arte sin necesidad de dedicarse a otras cosas (algo impensable hasta entonces) y sin necesidad de supeditar su arte a las exigencias del noble mecenas en turno o de la política local.[17] La vanguardia norteamericana retoma del siglo XIX el tema de la «autonomía del arte», pero el objetivo de éstas ya no será justificar el nacimiento de un nuevo grupo social (los ‘artistas’), sino proponer una visión del arte capaz de competir con la estética nacionalista y populista del realismo socialista impulsado por la Unión Soviética.[18] La vanguardia neoyorquina, apoyada en esta nueva visión de la «autonomía del arte» y difundida por revistas como Cuadernos para el Congreso por la libertad de la cultura y fundaciones como la Guggenheim y la Rockefeller, proyectará una idea del arte que tiene que ver con valores como la «universalidad» y la «libertad»: es irrelevante preguntarnos si un cuento fue escrito en Cuba o Suecia, o si su autor es hombre o mujer, católico o ateo, o pertenece a alguna clase social; lo que importa es «el valor estético en sí».
Éste es el contexto que da sentido a los debates de mediados del XX sobre pintura abstracta vs. pintura figurativa, y sobre el tema de la responsabilidad del artista (¿para con su obra o para con el mundo?). Al describir esta situación, Jean Franco cita fragmentos de un artículo del influyente crítico John Alloway, quien en 1965 comentaba con aprobación la negativa del pintor neoyorquino Enrique Castro Cid a participar en una exposición llamada Magnet: New York, cuyo tema era la obra de pintores neoyorquinos que son inmigrantes o hijos de inmigrantes: la razón del pintor era que él quería exponer en Nueva York “como artista y no como ciudadano” (palabras de Castro Cid).[19] El mismo Alloway predice con alivio que “es de suponer que esa actitud se extienda con el aumento de la conciencia crítica de la propia identidad en Latinoamérica, y es un recordatorio que las exposiciones nacionales y continentales, patrióticas o paternales, son etapas provisionales en el desarrollo del arte de cualquiera”.[20]
Ésta es la tercera respuesta al problema enunciado por Hölderlin: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”. La respuesta de Celan decía que el poeta responsable debe de guardar silencio, destruir el lenguaje. Las vanguardias históricas de inicios del XX plantearon que el arte está justificado porque adelanta la Revolución cultural que luego se realizará políticamente. Y finalmente la vanguardia neoyorquina dice que el arte no tiene por qué preocuparse de la realidad, y que incluso será mejor arte sólo en la medida en que no se preocupe por ésta.
Y éste es el gran debate frente al cual Revueltas está escribiendo “Arte y cristianismo”. Con este panorama podemos apreciar en su justa medida la importancia de las palabras de nuestro escritor, pues Revueltas está dando una respuesta original desde su propio lugar a un problema que es fundamental en la historia del arte moderno. ¿Pero desde dónde está respondiendo Revueltas?

3.2. La situación mexicana y su recepción del debate, del XIX al XX


En México, la polémica entre realismo socialista y universalismo cosmopolita tiene por contexto de recepción el debate, más viejo, entre los escritores realistas y costumbristas de finales del XIX y los más jóvenes «modernistas», que abogan por una literatura universal, cosmopolita y despolitizada. Parece el mismo debate de arriba, pero en realidad no lo es. Como señala Pedro Henríquez Ureña,[21] el universalismo modernista nace como respuesta a una situación política concreta: los autores de la generación anterior no eran ‘intelectuales profesionales’; no podían serlo puesto que vivían en países en guerra, y así la mayoría de ellos se involucra activamente en el proceso de constitución política de sus Estados nacionales, y por eso tienen una visión del arte que va de la mano con la política; la narrativa de estos autores busca construir el imaginario de las naciones latinoamericanas, inventa la historia de sus héroes y retrata (o inventa) los tipos populares que nos permiten saber qué es ‘lo propiamente mexicano’ del mexicano (y así en cada Nación).[22] En contraste, nos dice Henríquez Ureña, la generación modernista escribe cuando los Estados nacionales ya están en proceso de solidificación; lentamente se apagan las guerras civiles, en el caso de México gracias a la fuerza del general Porfirio Díaz. Los modernistas mexicanos son gente de ciudad que viven al amparo del régimen, tienen una formación exquisita y una gran admiración por la cultura francesa; ya no tienen qué preocuparse por pelear y luchar al mismo tiempo, son escritores de profesión, y por eso abogarán por una visión del arte universalista y despolitizada y exigirán poner la literatura nacional ‘al día’ respecto a los avances de las literaturas europeas.[23] La posición realista y costumbrista muestra su vigencia con la llegada de la novela de la Revolución, que tiene un éxito impresionante. De esta manera, el gran debate entre realismo socialista y universalismo cosmopolita llega a México a la mitad de un siglo XX en donde los herederos del modernismo siguen discutiendo con los herederos de la novela revolucionaria.

3.3. La originalidad de Revueltas


Frente a esta situación, el José Revueltas de “Arte y cristianismo” responde a la pregunta de Hölderlin (“¿para qué poetas en tiempos de miseria?”) al decir que el arte moderno debe asumir su vocación de profecía que denuncia la forma injusta en que la vida está organizada. Revueltas podría responder a Celan diciendo que, «si hoy viniera un hombre con la barba de luz de los patriarcas», él no podría mantener la boca cerrada ante la masacre silenciosa que no comenzó en la 2ª Guerra ni terminó en los campos de concentración. Esto quiere decir que para Revueltas no hay arte por el arte: el “arte verdadero” no puede eludir su responsabilidad. Sin embargo, la responsabilidad del arte no está pensada en los términos simplistas del realismo socialista. Como dice Revueltas arriba, el arte de hoy sólo es político en la medida en que se ha identificado plenamente con lo humano, es decir, se ha convertido al hombre y se ha compadecido de sus sufrimientos; sólo por eso el arte de hoy es político, y en esto importa menos la alineación ideológica de cada escritor que su compromiso con lo humano, compromiso asumido como momento crítico que puede llevar al “arte verdadero” a mostrar lo doloroso de la experiencia humana de nuestro tiempo, y así a denunciar críticamente la forma en que está organizada la vida. En este sentido, podemos decir que para José Revueltas toda auténtica poesía es profecía.






[1] Cito por la siguiente versión: C. Vallejo, “El pan nuestro”, en Obra poética completa, La Habana, Casa de las Américas, 19753, pp. 42-43.
[2] J. Revueltas, “Arte y cristianismo: César Vallejo”, en Visión del Paricutín (y otras crónicas y reseñas), recopilación y notas de Andrea Revueltas y Philippe Cherón, México, Era, 1983, p. 195.
[3] Al citar la Biblia seguiré la traducción al cuidado de Eloino Nácar y Alberto Colunga: Sagrada Biblia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 196010.
[4] Recordemos la descripción que hace Mateo del Juicio Final: “y dirá [el Padre] a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; estuve preso, y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo” (Mt 25, 41-45).
[5] Justamente en la época de la Destrucción del Templo de Jerusalén, lo que Yavé le reprocha a los profetas es que se hayan olvidado de su misión crítica y se hayan dedicado mejor a adular a los poderosos, a ‘tranquilizarlos’ de sus abusos y a prometerles un futuro de riquezas (Ez 13, 10-23). No está de más recordar aquí que, según testimonio de Andrea Revueltas, su padre gustaba de burlarse del Partido Comunista al referirse a él como “el Templo”. A. Revueltas y Ph. Cherón, “José Revueltas: conciencia y crítica”, en Metapolítica, volúmen 9, número 41, mayo-junio 2005, p. 86.
[6] J. Revueltas, “Arte y cristianismo”, p. 193.
[7] Ibid., p. 195. Las cursivas son de Revueltas.
[8] J. Revueltas, “Arte y cristianismo”, pp. 194-195.
[9] Observemos el poderoso inicio de “Arte y cristianismo”, pp. 192-193: “Parece como si la vida eligiera a ciertos hombres, los tomara como expresión y conducto, para mostrar todo el dolor, todo el sufrimiento y toda la alegría existentes. Estos hombres arrastran su vida personal como si no les perteneciera, como si les hubiese sido dada en préstamos para devolverla en gritos, en sollozos, en maldiciones y en bendiciones. Viven por todos los demás, lloran por todos los demás, enseñan el camino de la perdición o de la salvación, pero ellos están allí, fieles a un sino de cierta biología que los hace ser el corazón mismo de las gentes; que hace de ellos los sacrificados, los Cristos de todas las pasiones (...) Estos hombres son los artistas, líderes de la pasión, encargados de reír o de llorar por todos los demás hombres”
[10] J. Revueltas, “Arte y cristianismo”, p. 193.
[11] En el párrafo aludido, Revueltas se lanza a considerar esto a partir del ejemplo de Dostoievsky, que ideológicamente se mostraba cercano al paneslavismo y a ciertas posiciones conservadoras, pero cuyas obras muestran descarnadamente la experiencia dolorosa de nuestro tiempo; lo importante, nos dice Revueltas, no está en la adherencia de Dostoievsky a tal o cual ideología, sino en la manera en que su literatura ayuda a iluminar lo humano, y a partir de esto a pensar la realidad de manera crítica.
[12] F. Hölderlin, “Pan y vino”, núm. 7, v. 14, en Las grandes elegías, trad. Jenaro Talens, Madrid, Editorial Hiperión, 19944, p. 115.
[13] Véase J. Arnaldo, “El movimiento romántico” en V. Bozal (ed.), Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, vol. I, 2ª. ed., Madrid, Visor, 2000, pp. 201-211. Sobre Schiller, J. M. Valverde, Breve historia y antología de la estética, Barcelona, Ariel, 1987, pp. 153-155; V. Jarque, “Schiller”, en V. Bozal (ed.), Historia..., cit., pp 239-244.
[14] El poema de Celan se llama “Tubinga, Enero” y alude a la muerte de Hölderlin en la Torre de Tubinga, después de varios años de locura (al final sólo repetía la palabra “Pallaksch”, que traducido al español es “sí y no”). Vale la pena recordar los últimos versos: “Si viniera,/ si viniera un hombre,/ si viniera un hombre hoy al mundo/ con la barba de luz/ de los patriarcas:/ él podría,/ si hablase de este tiempo,/ él podría sólo/ balbucir, balbucir,/ una y otra, una y otra,/ vez, vez./ (‘Pallaksch. Pallaksch.’)”. P. Celan, “Tubinga, Enero”, en Paul Celán. Una cicatriz que no se cierra, presentación y traducción de José María Pérez Gay, en el sitio internet Nexos virtual, dirección internet:
http://www.nexos.com.mx/internos/saladelectura/visionalemana, fecha de recuperación: junio de 2000.
[15] La historia de las primeras vanguardias ha sido reconstruida por M. Calinescu, Cinco caras de la modernidad, trad. M. T. Beguiristain, Madrid, Tecnos, 1991.
[16] En la pintura, este proceso ha sido descrito con claridad por S. Guilbaut, How New York stole the idea of the Avant-Garde, Chicago, Chicago University Press, 1993.
[17] Es por eso que se dice que el siglo XIX es el origen de nuestra idea moderna de arte. V. Bozal, “Orígenes de la estética moderna”, en V. Bozal (ed.), op. cit., vol. I, pp. 19-31.
[18] La formación de esta estética en los Estados Unidos y su proyección en América Latina como parte de las guerras culturales del siglo XX han sido descritas en un libro fundamental: J. Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada, trad. H. Silva, Madrid, Debate, 2003, pp. 45-77.
[19] E. Castro Cid apud J. Franco, op. cit., p. 65.
[20] Ibid., pp. 60-61.
[21] P. Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América hispánica, trad. J. Díez-Canedo, México, FCE, 1949, pp. 165-166.
[22] J. L. Martínez, La expresión nacional, nueva versión, México, CNCA, 1993.
[23] En un artículo de 1876, Manuel Gutiérrez Nájera codificaba este debate bajo la lucha entre «espiritualismo» y «materialismo»; la primera es la postura de su generación, que busca un arte puro, sin condicionamientos políticos o referencias a la realidad social, mientras que la segunda es la postura de los críticos de esta generación, que piden que el arte tenga una función en la sociedad y por tanto, a decir de Gutiérrez Nájera, están degradando el arte. M. Gutiérrez Nájera, “El arte y el materialismo”, en Obras I, Crítica literaria. Ideas y temas literarios. Literatura mexicana, México, UNAM, 1995 (Nueva Biblioteca Méxicana, 4), pp. 49-64.

sábado, septiembre 13, 2008

Poesía y política (por Luis Jorge Boone)


Poesía y política*


Por Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977)

Hace unos meses escuché al poeta Rubén Bonifaz Nuño responder con un categórico “no” a la pregunta de si existe una relación entre poesía y política. Tiempo después, escuché a Raúl Zurita afirmar —a contracorriente de la opinión general— que la mejor poesía de Pablo Neruda era precisamente la de tema “político”.
Entiendo la concepción popular de que el escritor debe ser una figura pública, es decir, una opinión autorizada entre el coro de voces ciudadanas, un crítico combativo de las instituciones y del poder. Agrego un matiz a esta idea, pues en nuestra sociedad mediatizada alcanzan el harto dudoso estatus de figuras públicas los locutores, los conductores de programas televisivos, los periodistas de espectáculos, los cantantes que saben articular dos palabras en torno al tema del momento o —no pidamos más— cualquier cosa. Con esta situación como parámetro, la desventaja del escritor es mucha: su oficio es impopular y, con pocas pero notables excepciones, la difusión de sus ideas, de su obra, siempre parecerá clandestina. ¿Puede el escritor aspirar a ser un líder de las masas? Por motivos extraliterarios, y no por su obra. O escasamente, casi nunca.
Hace poco escuché a una escritora sudamericana extrañarse de que aquí en México estuviéramos “todavía” discutiendo las vanguardias cuando, según sus palabras, en el lugar de donde ella venía el asunto había quedado zanjado desde hace tiempo. Puedo conceder el valor a su opinión: un individuo llega a la conclusión —luego de seguir cierto proceso y completarlo— de que para él no resta más por decir, y leva anclas del tema. Lo que me parece un deplorable acto de soberbia y ceguera es que alguien pueda afirmar que los otros están mal precisamente por no enarbolar mi misma bandera ideológica, por no conducirse en paralelo con mis ideas. Creo que cada generación, época, país, ciudad o región (sectorícese aquí la especie humana al gusto) tiene pleno derecho de traer a la mesa de discusión el tema, movimiento estético, hecho histórico o autor que se ponga a mano siempre y cuando se haga con interés genuino, o incluso sin él. Pretender cancelar el diálogo entre creadores desde el inofensivo e insignificante estrado de nuestra opinión —como cualquier opinión, multiplicable por cero—, equivale a retroceder por lo menos unos cuantos siglos en el pensamiento del Hombre. Dicho lo anterior me pronuncio: la concepción de que la poesía y la política no tienen gran cosa qué ver, es cierta para mí. Me explico: la política, entendida como la práctica del ejercicio del poder público, institucional, desprestigiada por sus actores a estas alturas de la civilización. Una práctica propia de una esfera de poder, de una clase social que se ha caracterizado por la rapacidad, la mentira y la estulticia como directrices de su conducta.
Pero también es cierto que hay en mi toma de distancia una falla de origen, una cuestión más bien básica de nomenclaturas, porque el tema está ahí, y es inmenso e innegable. Me refiero a la poesía de tema antibélico, que versa sobre asuntos extraídos del ámbito colectivo que llamamos social (por vago que esto suene) o ideológica. Por otro lado, poesía política me parece el término menos afortunado para nombrar a esa clase de poemas que contienen alguna crítica a la situación de una sociedad en particular, sea cual sea el componente o la dinámica de ésta que retoma: las clases dominantes o dominadas, las instituciones, los grupos criminales, la violencia.
Cuando José Saramago escucha afirmar a alguien que no le gusta la política, el premio Nobel replica: “no diga que no le interesa, mejor diga que hay que construir otra política.” Si debo entender a la política como toda aquella actividad del ciudadano que busca intervenir en el asunto público con su opinión, entonces es necesario sacudir a la palabra de esa aura de podredumbre e inutilidad que su uso y abuso han sedimentado sobre ella y a su alrededor.
Nunca dejará de interesarme como lector la poesía que retrata las injusticias con que las sociedades tejen fina o burdamente el tapiz de sí mismas. Raúl Zurita, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Wislawa Szymborzka, Derek Walcott, Czeslaw Milosz, Yehuda Amijai, César Vallejo, Juan Gelman.
Ejemplos a gran escala. Críticos todos ante la desigualdad y la violencia autorizada, ante la voracidad del hombre que se asume predador de su prójimo, ante el absurdo de la guerra y el crimen de la dictadura. Indignados y heridos. Exiliados y borrados de la historia oficial. Encarcelados y discriminados. Anhelantes y furiosos. Cuyos poemas son a veces testimonios de una época convulsa, de un siglo especialmente violento en la Historia. Valorados por sus lectores como un informe desde la ciudad sitiada, la crónica de los días imposibles, pero también como expresiones altísimas de la palabra, como revelaciones últimas del alma del hombre encarnada en el idioma.
Diré ahora lo que sale de la acotada y baladí esfera de mi interés: en el tema que nos ocupa todo aquello abocado a repetir nociones que están el aire, cuyo origen es ajeno, cuyo contexto es imposible de trasplantar sin desvirtuarlo. El grado de verdad que contengan no está en discusión, pero sí su pertinencia, su integridad. “Ideas recibidas” las llamó Flaubert. Textos diseñados para cumplir una función didáctica, aleccionadora, propagandística. Textos prefabricados al grado de que lo último que se pensó al escribirlas fue en la poesía. Si es cierto que la literatura no se deja traicionar, como afirma Alfonso Reyes, entonces todo esfuerzo que invierta el orden natural de las cosas (poner el mensaje por encima del arte), la alejará irremediablemente. (A continuación repetiré mi ración de ideas recibidas:) No es posible poner en marcha el coche de la ideología antes de espolear el caballo del lenguaje sin sufrir las consecuencias. Si la poesía se vuelve instrumento, será un medio, un trámite, una forma para llegar a un fin. Y merecerá su destino.
No podemos dotar de autoridad, dar estrado, a cualquier persona que nos asegure que su opinión vale. En un mundo donde todos tenemos derecho de hablar, es necesario no perder de vista ese otro derecho incomprendido y más necesario de quedarnos callados. ¿Tiene algún valor multiplicar en nuestra voz juicios históricos, opiniones generalmente aceptadas, posturas ya encarnadas, ideas recibidas —sin condimentarlas con una pizca de nuestra propia sazón—, además de llevar agua al molino de nuestra propia popularidad, o de una pretendida calidad de rebelde, anarca, o outsider?
En literatura —la idea es extensible al resto de las artes y me parece que alcanza claridad al hacerlo—, la primera persona del plural no existe. O, por lo menos, es dificilísimo conseguir articular un discurso desde ese campo, con esas miras, sin caer en la charlatanería y propaganda. Hablar por “todos nosotros” (cuando no se trata de un mero plural de modestia), por lo menos, reviste una sospechosa pátina de megalomanía. Un poeta o, mejor, un escritor, habla desde su singularidad —y desde el reconocimiento de esta— como requisito para ser honesto, o se cae irremediablemente en el mesianismo. ¿Exigir cuentas ideológicas al semejante? ¿O aspirar a que carezca de ellas y que actúe —tino del inconsciente, azar con buen criterio— justo como nos acomoda? ¿Reclamar a los contemporáneos porque nuestros métodos no son los suyos, y nuestros temas no ocupan lugar de privilegio en su escritura? ¿No resulta evidente el exceso? ¿No es vano ese intento por tomarse a sí mismo por superdotado moral y reprender a los otros, incrédulos de la buena nueva que acarreamos en nuestros libros? Hay que decirlo: el genio que sólo se reconoce a sí mismo no se encuentra en la encrucijada del futuro, sino en serios problemas de autocrítica.
Recientemente una persona, comentando un poema que escribí, me dijo que consideraba ese texto un poema de crítica social, un alegato contra la guerra. El poema, le confesé, intentaba hablar solamente acerca de la misma poesía. Pronto me di cuenta de que mi opinión ya no importaba demasiado para esta persona. El poema, ya se sabe, suele decir a los otros cosas que a uno, autor, pasan de noche. A pesar de esto puedo decir que nunca he escrito (por lo menos no conscientemente) nada que contenga algún elemento de crítica social: no he estado en una guerra, una huelga, una revuelta social, una manifestación siquiera como para poder hablar de ello con las señas de identidad suficientes en las manos. Si me impusiera el trabajo de hablar desde más allá de mi experiencia, los resultados carecerían de mérito, por insulsos, vanos, pretenciosos.
¿Un poeta haciendo política? Prefiero decir: un ciudadano expresando, en su oficio, su opinión acerca de asuntos públicos relacionados con la marcha de la colectividad. La pregunta era ¿qué relación encuentras entre la política y la poesía? Respuesta: el amor, la vida y la muerte —versión condensada de los temas sobre los cuales se construye la poesía— contienen entre ellos ese estrato de relaciones donde el sujeto social busca la armonía en su convivencia con aquellos cercanos y lejanos prójimos. El asunto, como todo en nuestras vanguardistas pláticas, es viejo: sólo hay que ver los epigramas de Marcial contra los tribunos, contra el senado, contra los personajes de su sociedad. La “política” de un poema equivale a su moral evidente y es, entonces, un atributo que podemos resaltar o no en nuestra lectura.
Charles Bukowsky dijo que la única forma de salvar el mundo es salvando a los hombres uno por uno. Esa cuota mínima y concreta es la que se fija el poeta, sea cual sea la realidad que canta y cuenta.
Un solo interlocutor, no la humanidad entera. Una intención humilde: la comunión. Primero consigo mismo, con la propia imagen. Luego, lentamente, clandestinamente con el otro. Uno a la vez. Sólo los hombres sencillos realizan actos extraordinarios, afirma António Lobo Antunes. En el poema que reproduzco a continuación, del rumano Geo Bogza (un fragmento de “Recuerdos de Polonia”, en traducción del poeta chileno Omar Lara), el yo poético presta su voz a una mujer destruida. En ella habita el pasado, y en ella pervive su doloroso fantasma. Ni un asomo de grandilocuencia ni el más mínimo tono panfletario. Pero al ahondarse en un ser pequeño y anónimo, el poeta logra arrebatarnos el aliento y dejar al descubierto las heridas de la Historia.

En Varsovia, una muchacha hablaba así:
si quieres acariciarme, yo no me opondría
si quieres besarme, te lo permitiría
te permitiría que me desnudes los senos.
Pero debes saber que a papá lo fusilaron los alemanes
y a un hermano mío lo quemaron en los hornos.

Si quieres acariciarme, yo no me opondría
pero debes saber que todos estos muertos aúllan en mí
y yo toda, toda soy de ceniza.
Bésame, pero que no te sepa amarga.

Hablando en plata limpia: si un poema intenta “vendernos” más que un poema, parecería que hay alguien que quiere hacernos un regalo, pero diciéndonos exactamente cuánto pagó por él (para que seamos conscientes, al unísono con él, de la dimensión de aquello que nos ha sido obsequiado). O quizá esa traba del libre albedrío nos impida llegar limpiamente a su misma conclusión, y por eso el poeta comprometido prefiere hacerla patente en su texto.
En honor a la verdad, hasta antes elucubrar la forma de escribir estas líneas nunca consideré los “Poemas de Jerusalén” de Amijai como poesía política, y sigo sin hacerlo, pero reconozco en ellos un componente (que a algunos les daría por llamar) “político”. Pero de cualquier modo, sigue pareciéndome que eso es lo de menos. No es lo más relevante, ni siquiera creo que sea una virtud del texto. Para mí poemas poseen una profunda humanidad, están habitados por un sufrimiento desgarrador, animados por una ironía poderosa, dueños de una expresividad intensa. Viáticos para esa necesidad espiritual que es la poesía.
La ciudad donde nací fue destruida por los cañones.
El barco al que subí fue hundido después, en la guerra.
El granero de Hamadia donde amé fue quemado.
El quiosco de En Gedi fue bombardeado por los enemigos,
el puente de Ismailiya que crucé
en una y otra dirección en mis tardes de amor
fue hecho añicos.

Mi vida se ha ido borrando tras de mí según un mapa exacto.
¿Cuánto tiempo resistirán los recuerdos?
La niña de mi niñez fue asesinada y mi padre está muerto.

Por eso, no me elijáis como amante o hijo,
como paseante de puente, inquilino o ciudadano.


El “yo” verdadero del poeta: su desnuda individualidad, que busca con ironía y desencanto prevenir a sus semejantes de su mala suerte. No son las superpotencias, ni las masas descreídas, el puerto al que aspiran sus palabras. Y aun con esa humildad, o precisamente gracias a ella, es posible encontrar en estos pocos pero poderosos versos la cifra de toda una geografía asolada, los momentos de barbarie y destrucción que un pueblo de la Tierra ha sufrido en la historia reciente.
Poemas humanos, necesarios, verdaderos, eso eran para mí, y eso siguen siendo. Sin epítetos ni nomenclaturas insubstanciales: poemas, nada más. Y no los llamaré nunca de otro modo.
*Texto incluido en el número 12 (junio 2008) de Viento en vela.

viernes, septiembre 12, 2008

Breves consideraciones sobre poesía y Latinoamérica (por Rafael Toríz)


La voz y el archipiélago:

Breves consideraciones sobre poesía y Latinoamérica*


Por Rafael Toríz (Xalapa, Veracruz, 1983)

El análisis científico de las condiciones sociales de la producción
y la recepción de la obra de arte, lejos de reducirla o destruirla,
intensifica la experiencia literaria.

Pierre Bourdieu

La historia de América Latina –su génesis, articulación y desarrollo, sus particularidades, fracturas y correspondencias– ha sido siempre la construcción de una imagen, la arqueología de una sensibilidad y la posibilidad de una mirada: somos el categórico testimonio de una contradicción.
En ese sentido, asumiendo la condición de las identidades y las ciudadanías como rasgos nómades y habitando un territorio en permanente obra negra, la poesía ha sido, como otras tantas narrativas reconfiguradas a partir de la modernidad, una tentativa por erigir una morada y concebir una historia que nos justifique, nomine y legitime ante los otros y aun ante nosotros mismos. La poesía –sostuvo Aristóteles– es más filosófica y esforzada empresa que la historia; pues la poesía trata sobre todo de lo universal, y la historia de lo particular.[1] Nuestra historia política y social es, desde luego, la historia de nuestra poesía.
Desde dicha perspectiva Latinoamérica, como sus poetas, se revela como un calidoscopio social y estético en el que conviven, se oponen y superponen distintas weltanschauungen: habitamos espacios multiculturales, diferidos y entreverados en los cuales las configuraciones de las identidades son un proceso de tensión y ruptura más que de cohesión y continuidad. Más que hablar de identidades, estéticas, políticas y sociales, será necesario, en mi opinión, hablar de identificaciones, es decir, de afinidades semánticas-estilísticas, de convivencias y conveniencias estético-políticas. Resulta perentorio historizar la poesía, ubicarla en su acontecer social para intentar aprehender su rostro, su rumbo y movimiento. Será necesario atender su producción, reproducción y consumo para aprender a mirarla y, con suerte, acaso definirla.

De la poesía latinoamericana como visión de mundo

Es ya viejo el debate al respecto de la posibilidad de “filosofía latinoamericana” o de la “filosofía en Latinoamérica”; una discusión ociosa –pero no del todo– que sin embargo ha merecido una atención sostenida y una sólida argumentación. No ha sucedido así con la circunstancia de la poesía, cuya existencia es un hecho palmario e indiscutible (fue Caetano Veloso quien sostuvo que “si tienes una idea increíble, es mejor hacer una canción. Está probado que sólo es posible filosofar en alemán”). Irónica contradicción: la poesía hecha en América Latina al comportar una visión de mundo y ser –entre cosas– una reflexión sensible se revela, incluso pese a sí misma, como una ratificación de la capacidad filosófica de los habitantes de nuestro hemisferio. La poesía es la continuación de la especulación filosófica por otros medios: la pregunta por el ser de la poesía en Latinoamérica es la pregunta por el Ser de Latinoamérica.
Entre otros Néstor García Canclini ha conseguido fotografiar la relación entre las identidades latinoamericanas, sus productos culturales y el espacio simbólico en el que ocurren; esa región inarmónica e inasible en la que no sin resistencia se forja el cuerpo de la colectividad. (Construir Latinoamericana es pensar en Televisa y el Globo, Soda Estéreo y Los tres, el Chapulín colorado y Floricienta, Pablo Palacio y Emilio Adolfo Westphalen, Ricardo Arjona y Pablo Antonio Cuadra). Su texto “Políticas culturales: de las identidades nacionales al espacio latinoamericano”[2] es una tentativa por asimilar la integración latinoamericana a través de las industrias culturales y concertar las discrepancias originadas por la influencia y convivencia de las diversas instancias locales en un escenario compartido. Encuentros como El Vértigo de los Aires. Encuentro Latinoamericano de Poesía son la prueba irrebatible de que el ciudadano del mundo es, en realidad, el poeta del pueblo.
Por otra parte resultaría un ingenuo disparate pensar que podría ofrecerse, siquiera como caricatura, una visión cohesionada del trabajo literario hecho en la zona contenida entre el Río Bravo y la Tierra del Fuego (¿cómo entendemos entonces a la literatura chicana?; ¿en qué espacio “nacional” ubicamos a la poesía hecha por Saint-John Perse, Derek Walcott o Aimé Césaire?; ¿cuál es la esencia latinoamericana de la poesía?; ¿son acaso sus lenguas, su territorio o sus historias sus sustratos indentitarios? De nueva cuenta sólo podemos aventurar una aproximación a través de las identificaciones culturales (se me ocurre pensar, por ejemplo, en el paradigmático y complejísimo caso de Severo Sarduy y las implicaciones estéticas y políticas del neobarroco en la actualidad). La poesía latinoamericana, como la manufacturada en cualquier otro lugar del planeta, es perpetuamente otra cosa. Por tal motivo considero que para debatir y analizar la poesía hecha en Latinoamérica será prudente considerarla y asimilarla desde sus rasgos formales, económicos, políticos y culturales. En circunstancias convulsas como las que aquejan a nuestras naciones pensar en poéticas debería derivar, social y estéticamente, en la construcción de políticas.
Partiendo de dicha concepción el ejercicio de la literatura debería ser un tema fundamental en la construcción y desarrollo de los estados-nación, un debate de interés para la sociedad en general y un fundamento para la construcción de políticas públicas por la simple razón de que, incluso en sus expresiones menos logradas, mezquinas, vanguardistas, excelentes o reaccionarias, el tema de fondo –su esencia constituyente – es la libertad. No tendremos desarrollo sostenido ni tentativas de democracia verdadera sin un ejercicio crítico de la literatura, es decir, sin una actitud que analice el contexto en que se producen, reproducen y se consumen los bienes culturales y cómo es que estos alcanzan determinados valores al interior de las distintas sociedades.
Con tal orientación sería posible, al menos como experimento, insertar a la sociedad civil en un debate que le pertenece y le compete en la misma medida que el origen de las instituciones políticas, las orientaciones económicas de los gobiernos o la construcción simbólica de las ciudadanías. El debate en torno a la poesía latinoamericana es exigible y obligatorio porque, pese a las condiciones de su acaecer e incluso pese a los mismos poetas, es una posibilidad para apropiarse, ensanchar y ejercer la libertad, es decir, implementar un ejercicio de crítica no circunscrito únicamente al gremio cuestionable y sobre valorado de los poetas y los literatos; para lo cual habrá que comprender la “poesía latinoamericana” (lo que sea que entendamos bajo dicho concepto) como un recorrido a través del los litorales del continente; un reconocimiento de los bordes, uniones y fisuras que unen y dividen nuestras semejanzas y diferencias; una reflexión que comprenda que nuestro sino y nuestra imagen es el archipiélago: somos aquello que permanece unido precisamente por lo que lo separa.




Algunos aspectos sobre la circunstancia mexicana
En la república de las letras pasan las cosas como en
la república mexicana, donde cada uno no piensa más
que en su provecho y busca la consideración y el poder
personal, sin cuidarse para nada del conjunto de la nación,
que marcha a su ruina
Arthur Schopenhauer

En nuestros tiempos la sociología de la vida literaria nos ha demostrado que la creación de los productos culturales responde más a la necesidad que al artificio, a la coyuntura y no a la planeación. Las becas, los premios y demás estímulos a la creación han cambiado definitivamente las relaciones productivas entre el autor, la obra y su público. Nos encontramos inmersos en un escenario simbólico en el que no sólo se juega un valioso y vistoso capital cultural (prestigio, experiencia, etcétera) sino, concretamente, un nada despreciable capital económico y político; de allí que todo concurso literario –llámense becas, apoyos o premios literarios– responda a una demanda profusa y palpable.
Han sido los juegos florales y la universidad pública, por lo general, las principales tentativas (buenas o mediocres, democráticas o amañadas) para posicionar a un nivel intelectual y político a una emergente clase media por oposición a una burguesía ilustrada. Si en la segunda mitad del siglo XX no tenemos en México grupos literarios fortalecidos en la misma magnitud como, por decir algo, la “generación del medio siglo” es, entre otras causas, por una cuestión económica; –dirimir sobre “el talento” o “el genio” conlleva agudas implicaciones epistemológicas y neuroetológicas que por el momento no me interesa discutir.
Desde luego el factor económico no es la única condición ni mucho menos la fundamental. En igual medida, o incluso mayor, la construcción del prestigio que otorgan ciertos premios y demás distinciones reviste la misma importancia para la edificación de una carrera artística. Así, en cuanto a letras se refiere, no será lo mismo ser becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a nivel nacional que de algún instituto cultural de provincia; como tampoco lo será haber pasado por las instalaciones de la Fundación para las Letras Mexicanas o del (ahora extinto) Centro Mexicano de Escritores. La diferencia entre ser un egresado de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) y otro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM más que una cuestión de capacidad literaria y orientación vocacional es un atributo social y político.
Al mismo tiempo la escritura de libros por pedido (léase ejes temáticos, número de páginas o criterios editoriales) revela que todo “genio” literario se encuentra a merced del azar y la necesidad. Hemos aprendido a construir, por subsistencia o notoriedad, poemarios, novelas, cuentos, ensayos y piezas teatrales en función de becas o concursos. Entre buena parte de los escritores mexicanos más que preguntar de qué se tratara un nuevo libro es frecuente escuchar preguntas orientadas en función de las distintas convocatorias literarias. Un análisis crítico de la poesía mexicana reciente – me refiero al trabajo poético realizado de unos treinta o treinta y cinco años a la fecha– conllevaría por fuerza un análisis crítico del estado mexicano. En la actualidad ningún país de América Latina oferta tantos apoyos a la creación artística como el gobierno de la República Mexicana.
Debo aclarar, para evitar confusiones, que no pienso que dichas políticas culturales sean una característica en lo absoluto negativa. Por el contrario, considero que la intención de democratizar el mecenazgo es una vanguardia y un acierto en cuanto gestión cultural se refiere en el ámbito latinoamericano. Al respecto me gustaría mencionar al vuelo el caso protagonizado por Emmanuel Carballo hace algún tiempo, personaje siempre tan dado al comentario ocioso y al refriteo literario que acaso pueda ilustrar mi punto al respecto.
En alguna ocasión[3] el crítico jalisciense apuntó con suficiencia que el sistema de becas de México no había redundado en la creación de un gran escritor. Al margen de que la provocadora afirmación, pese a su grandilocuencia temeraria, es perfectamente rebatible (en todo caso lo exigible sería la creación de una “gran obra” y no de un “gran personaje”), lo que Carballo ignora es que la industria de las becas artísticas en el área de literatura ha contribuido a la creación de una sociedad lectora altamente crítica que, para fortuna del sentido común y la desmitificación, puede desarticular afirmaciones como las suyas y recordarle que incluso la concepción “magistral” de una obra literaria es un hecho debatible y, por qué no decirlo, hasta impertinente y retrógrada. Lo interesante en la construcción de una literatura no es el carácter “genial” de sus autores sino la capacidad de la obra de seducir a los lectores, innovar o afirmar la técnica, romper o perpetuar esquemas, obligar a sentir y a pensar de distintas maneras, sugerir nuevas ideas o interpretaciones, fundar discursos o traer a debate algunos otros olvidados. A estas alturas resulta obligatorio desprenderse de la tardía herencia romántica (en sus aspectos más perniciosos) que circunda a los creadores y a su público creando mitosociologías que poco ayudan y mucho confunden.
Por otra parte es indiscutible que la burocratización de la vida literaria (“para ser poeta nacional deberás cumplir la cuota étnica de publicación de Tierra Adentro, coquetear con la Secretaría de Relaciones Exteriores y ganar el premio Aguascalientes”) ocasiona mafias y pandillaje literario que se traducen en inopinadas triquiñuelas, golpes bajos y penetrantes resentimientos, es decir, en franca y llana corrupción.[4] La injerencia del estado en la vida cultural ocasiona vicios y virtudes que estamos obligados debatir y solucionar, perfeccionar y suprimir.
En mi opinión sólo podremos erradicar la democracia de la pobreza y la pobreza de la democracia que asola a México y a los demás países de América Latina en la medida en que empecemos por lavar, con los ojos de los vecinos por garante, la ropa sucia fuera de casa.





[1] Conviene recordar aquella frase anónima que ayuda a marcar la diferencia entre literatura e historia al sostener que en la primera todo es verdad salvo algunas fechas y algunos nombres, mientras que en la segunda todo es mentira salvo algunas fechas y algunos nombres.
[2] Contenido en el libro Las industrias culturales en la integración latinoamericana.
[3] Mateos-Vega, Mónica; “Las becas no han producido un solo gran escritor” en La jornada, lunes 18 de septiembre de 2006.

[4] Fue José Carlos Mariátegui quien sostuvo que de la vanidad de los literatos cabe esperarlo todo.
*Texto publicado en el número 12 (junio 2008) de Viento en vela.

jueves, septiembre 11, 2008

Revista Viento en vela #12

Este es el número 12 (junio 2008) de Viento en vela, el cual en 7 ensayos hace un análisis sobre la relación entre la Literatura y la política en nuestro país, además incluye una selección de 6 poemas representativos de la temática política y social escrita en México durante el siglo XX, escritos por Carlos Pellicer (1897-1977), Manuel Maples Arce (1898-1981), Renato Leduc (1897-1986), Salvador Novo (1904-1974), Efraín Huerta (1914-1982), Miguel Guardia (1924-1983). Este trabajo corrió bajo la supervisión de Iván Cruz Osorio y Gabriela Astorga, con el diseño gráfico de Santiago Robles y las ilustraciones de Rafael López Castro (portada), Andrés Ramírez, Juan Carlos Palomino, Renato Aranda, Francisco Gálvez, Julián Cicero, Juan Leduc, José Manuel Morelos, Santiago Solís, Alejandro Magallanes, y Obed Meza.
Viento en vela
en su afán de ser una publicación de reflexión, crítica y preocupado por la realidad social y política trae este tema de interés regional con el objetivo de reunir las opiniones de varios escritores mexicanos recientes. El contexto político en nuestro país, donde se discute una reforma energética impopular, hace oportuno el presente número, que espera provocar la reacción de opiniones de nuestros lectores, además de una toma de conciencia sobre la literatura por parte de nuestros políticos y una toma de conciencia sobre la política por parte de los escritores.
Los invitamos a adquirir este ejercicio de pausa y reflexión sobre la relación que lleva y ha llevado la literatura con la política.

CONTENIDO
  1. Editorial (La redacción)
  2. La voz y el archipiélago: Breves consideraciones sobre poesía y latinoamérica (por Rafael Toriz)
  3. Poesía y política (por Luis Jorge Boone)
  4. Poesía y profecía (Rafael Mondragón)
  5. 6 poemas, 6 poetas (Carlos Pellicer, Salvador Novo, Renato Leduc, Manuel Maples Arce, Efraín Huerta, Miguel Guardia)
  6. Poesía, política y tradición oral (por Judith Santopietro)
  7. Notas dispersas de política cultural y literatura (por Carlos Ramírez Vuelvas)
  8. La lucha por el placer o cómo perder el reino de los cielos (por Óscar de Pablo)
  9. Literatura y política (por Iván Cruz Osorio)

martes, septiembre 09, 2008

Festival por el 3er. Aniversario de Viento en vela


Queridos Amigos, con gran alegría los que hacemos la revista Viento en vela, los invitamos a celebrar nuestro 3er. Aniversario (13 números). Con nuestro segundo Festival Extravaganza Muerte y Destrucción.

Con bebida a raudales, parrillada, poesía y rock (de Beatles a Radiohead, y mucho blues), fraternidad, amor, mucha paz paz paz, y un buen karma instantáneo, todo de nosotros para ustedes sin pedir nada a cambio.


Esto será el viernes 12 de septiembre, en nuestro centro de operaciones:

Privada Vista de Anáhuac.
Carretera Federal a Cuernavaca.
Km 24.
(Frente al ex-hipocampo, ahora Peterson)


Esperamos cordialmente contar con su presencia.

martes, septiembre 02, 2008

Viento en vela en San Rafael, Mendoza, Argentina

*En la mesa, de izq. a der.: Luis Freire, Gabriela Astorga, Iván Cruz Osorio, Carlos Aguirre.

Con la invitación fraterna de la Biblioteca Mariano Moreno del departamento de San Rafael, en Mendoza, Argentina, presentamos la colección de revistas Viento en vela. Con la ayuda de Carlos Aguirre y Luis Freire, quienes encabezan los pasos de este popular espacio de cultura.


El interés sobrepasó nuestras espectativas de forma tal que las 25 revistas que reservamos para el resto de las presentaciones y actividades literarias que tendríamos después fueron vendidas por la fuerte demanda. La velada continuó con una charla sobre política y políticas culturales de México y Argentina, lo que extendió varias horas el evento.

*Tras la presentación los asistentes acercándose a comprar la revista.

lunes, septiembre 01, 2008

Viento en vela en Valparaíso y Santiago de Chile

Con una larga y emocionante travesía, que incluyó a travesar la cordillera de los Andes, llegaron a Santiago de Chile, la editora Gabriela Astorga e Iván Cruz Osorio. La bienvenida la dio el poeta Guido Arroyo, quien puso a disposición su pluma para comentar el número 12 de la revista.


En la instantánea podemos ver la presentación de Viento en vela en el Centro Cultural Casa Rosada, de Santiago de Chile. De izq. a der. Carlos Henrickson, Enrique Winter, Gabriela Astorga, Iván Cruz Osorio, y Guido Arroyo.


De igual forma la revista se presentó a la escena literaria de Valparaíso, en El Abasto, donde las revistas a disposición fueron agotadas.

Durante las presentaciones se logró un un dialogo en el que se discutieron las distintas formas de producir publicaciones independientes.
En la foto, Iván, gaby, y Enrique Winter, que posibilitó la gira de la revista en tierras chilenas.